Dramaturgo -según palabras del comandante del MD87- y con el cuerpo flotando en una cápsula voladora, la vida se ve de distinta manera. Adivino a través de la ventanilla diminutas carreteras y pueblos de pequeñas dimensiones en la parduzca estepa castellana. El horizonte rojizo va lentamente transformándose en una fiesta de colores violetas, cárdenos y grisáceos. La noche galopa por el oeste: contemplo su dominio desde mi privilegiada posición en el cosmos.
En el crepúsculo ardiente y aéreo mi vista alcanza distancias jamás soñadas desde el contacto con la tierra. Aquí, anclados en el suelo de nuestros días, se reduce la distancia y la mirada no logra llegar más allá de lo efímero e inmediato. En el aire, por el contrario, se agranda el paisaje y crecen las emociones.
Quien haya volado en la noche habrá contemplado, en alguna ocasión, la luna llena por debajo de su mirada: la luna a tus pies. Extraño fenómeno visual. ¿Acaso el avión vuela por encima de la luna? Nuestros ojos -la luz de nuestra inteligencia- así lo certifican.
La vida es distinta a más de ocho mil metros de altura. Nada nos pertenece: ni el movimiento ni la posesión del paisaje columbrado. La luna puede verse a nuestros pies y no ser más que una falsa apariencia. Con el transcurrir de los minutos y el volar continuo la luna cambia de posición hasta situarse a la altura de nuestra mirada. Más tarde, la luna -la de los poetas y la de los locos, la de los soñadores y la de los astrónomos- asciende para reinar entre las estrellas nocturnas.
Y la reflexión accede a nuestro pensamiento casi de puntillas, sin pedir permiso. No somos más que una gota de agua en el viento, que diría Machado, y una luz perdida en el atardecer. Apenas una mancha en el horizonte y tal vez un recuerdo lejano en la memoria de aquellos que nos han conocido... ¡Es tan largo el camino de los hallazgos y tan corto el olvido!
Distinta manera de mirar y de ver la realidad, diferentes visiones de nosotros mismos y de los demás. Nada es igual a más de ocho mil metros de altura. Indefensos ante lo desconocido e inmóviles en el interior de la máquina.
Hermosa lección. Nada ni nadie está arriba o abajo. Todo depende de nuestra mirada, del punto de vista con el que miremos: ¿dónde nos colocamos? ¿Dónde nos sitúan los otros? A veces miramos a los demás desde una altura superior a ocho mil metros y creemos estar por encima. La luna a nuestros pies. Y sucede que son ellos los que están arriba, más arriba que nosotros, con independencia de nuestra supuesta sabiduría o posición social y profesional. Más arriba en afectos y valores humanos. Cuestión de perspectiva, del lugar en el que situemos corazón e inteligencia.
Acabado el vuelo, descubrimos que todo ha sido mentira, que la luna está en su sitio y que nosotros hemos llegado a nuestro destino. A veces, en el tránsito hemos mirado desde arriba para caer en deslealtades y ambiciones. La luna a nuestros pies. ¡Ingenuos! De las alturas se desciende y todo vuelve a quedar en su sitio.
Tiempo y espacio descubren caracteres y personalidades: no es fácil mantener la luna a nuestros pies.
Cuestión de tiempo y perspectiva..
*Eduardo Galán*
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